martes, 31 de mayo de 2011

El problema no es el paro, el problema es el trabajo.

Panfleto repartido en la manifestación del 15 M el 29 de mayo en Sevilla.

El problema no es el paro, el problema es el trabajo.

Una de las reivindicaciones más oídas en las movilizaciones del 15 M es la cuestión de la falta de trabajo. El paro, como lacra social que está condicionando la vida de millones de personas y que concretamente está siendo un gran obstáculo en la emancipación económica de las generaciones más recientes, ha sido uno de los motores que ha hecho salir a la gente a la calle. Sin embargo, el paro no es resultado de una falla del sistema económico, sino una consecuencia de su propio desarrollo. Reivindicar más trabajo es por tanto una ingenuidad, porque el sistema lejos de subsanar esta situación se prestará a administrarlo para su propio provecho.

El paro, siendo por lo tanto inevitable en esta etapa del capitalismo, ha devenido además en una perfeccionada herramienta de dominación de la población. Con esa espada de Damocles pendiendo sobre la cabeza de los que tienen un empleo es muy fácil imponer unas condiciones cada vez más abusivas y beneficiosas para el capital, eliminando sistemáticamente multitud de derechos laborales sin encontrar una seria resistencia por parte de los trabajadores (no hablemos ya por parte de los sindicatos al servicio del estado). Por su parte, la masa de desocupados es, si cabe, más fácil de controlar; siempre a un paso de la marginalidad, dependiente del estado, de la “caridad” de familiares e instituciones o inmersa en la precaria economía sumergida, el estar parado es a día de hoy toda una categoría humana avocada a la desesperación y el darwinismo social, pero muy difícilmente al combate político.

Por esta razón, nos parece absurdo escuchar estos días reivindicaciones tan maximalistas como ambiguas respecto a una democracia verdadera cuando en la práctica la inmensa mayoría de los trabajadores de este país sufren el día a día de su puesto laboral como una pequeña pero aplastante dictadura. De poco sirve ir a la plaza para gritar y debatir si cuando vuelves al trabajo (quien lo tenga) agachas la cabeza como si nada hubiera cambiado. Mucho se oye hablar contra los partidos y contra los poderes financieros, pero poco sobre la patronal, agente crucial en este juego de poderes que es nuestra democracia capitalista. Por ello queremos hacer hincapié en que de nada vale una crítica al sistema si no profundizamos en la dinámica de su base económica y productiva, si no denunciamos y combatimos consecuentemente el verdadero cáncer que ha podrido la vida colectiva y sus posibilidades de llegar a una sociedad realmente libre e igualitaria. La explotación laboral, el propio concepto del trabajo asalariado, es la base para la educación en la sumisión y la obediencia, es la herramienta alienante por excelencia al servicio del capital, aquello que erosiona como ninguna otra fuerza la capacidad creativa, la pasión y la energía necesarias para que una sociedad lleve a la práctica su efectiva emancipación frente a la opresión.

Mucho se está debatiendo de cómo llevar a la práctica las reivindicaciones del 15 M. Si bien es esperanzador el carácter asambleario y antiautoritario que le está caracterizando no lo es tanto cuando llega la hora de pasar a la acción. Como era previsible las fuerzas de seguridad del estado han iniciado la represión en muchos puntos del país, y es indudable que se generalizarán y endurecerán, en respuesta a esta represión pensamos que la desobediencia civil es un arma imprescindible para hacernos escuchar y sobre todo para demostrar que vamos en serio. La ocupación de plazas y edificios, tal y como se está produciendo, es una herramienta lo suficientemente potente como para retroalimentarse en la consecución y mantenimiento de este movimiento, así como para introducir la certeza de que las metas que se quieren conseguir no van a ser ofrecidas por las buenas, sino resistiendo los envites. Pero aparte de eso pensamos que es imprescindible dar un paso más, y este decidido paso solo puede darse en al ámbito de lo laboral, lejos de la muchedumbre y los cánticos eufóricos, pero inmersos en la experiencia de lo cotidiano y objetivo. Por ello proponemos aplicar en los puestos de trabajo todo lo aprendido de las prácticas asamblearias. Si hemos visto como miles de personas pueden ponerse de acuerdo en unos mínimos y trabajar sobre ello, más viable será conseguirlo con un número mucho más reducido. Hablamos de buscar la acción autónoma de los trabajadores al margen de cualquier iniciativa partidista o sindical, hacer uso del poder del que aún disponemos como engranajes imprescindibles para el funcionamiento de este sistema.

Proponemos la huelga salvaje como perenne arma del trabajador, reclamamos el sistemático desprecio de la institución del trabajo como algo digno, pero no para conseguir ligeras mejoras que nos callen la boca, sino para demostrar que no queremos volver atrás, que soñamos con un mundo donde las relaciones de poder y sumisión han quedado abolidas. Porque la filosofía del beneficio a toda costa que mueve al empresariado es tan culpable de nuestros males como lo es el bulo de la democracia partidista y el mercado financiero. Un racional y justo reparto del trabajo, una drástica reducción de la jornada laboral y un uso adecuado de la mecanización de los procesos productivos en una sociedad libre ya de una economía capitalista terminarían para siempre con el desempleo forzoso… y nos sumiría en el gozoso ejercicio de la pereza, de la creatividad y el placer.

¡Abajo el trabajo asalariado!


El Naufragio
Sevilla, 29 de mayo de 2011

1 comentario:

  1. "El paro, siendo por lo tanto inevitable en esta etapa del capitalismo, ha devenido además en una perfeccionada herramienta de dominación de la población"

    Cualquiera diría que el desempleo es exclusivo del capitalismo. Eso de los empleos estatizados con personas que no hacen nada como ocurría y ocurre en ciertos países socialistas/comunistas... es el mejor engaño jamás creado, porque ahí no había alternativa a esos trabajos... una dominación de las de verdad.

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